martes, 5 de marzo de 2013

EL METRO

Me baje de la combi, aún adormilada, debido a la merecida siesta que había tomado de camino al metro.
 A las 6 de la mañana el paradero de Indios Verdes era como despertar en uno de esos sueños surreales donde convergían una gran variedad de entes que al parecer eran totalmente distantes entre si,  pero que encajaban demaciado bien, como para ser imposible imaginar el conjunto sin alguna de esas piezas irregulares.
  Sin duda alguna me encontraba en terreno hostil. Mi primer prueba de supervivencia en esta jungla era la carrera de obstáculos.para sobrevivir tendría que ser capaz de cruzar una serie de callejuelas que actuaban como vías de distribución de un montón de aparatos en 4 ruedas que transportaban, o más bien pretendendian, transportar tanta gente cupiera en ese artefacto, todas sin un sentido estrictamente fijo, el objetivo era llegar a uno de los accesos del metro, sin ser fatalmente atropellada. Aunque sinceramente era una gran ganancia cruzar y subir a alguna banqueta lejos del alcance de aquellos bólidos.
   Cuando al fin logre salvarme de ser atropellada y alcanzar a subirme a una baqueta, venía una prueba más, a la que me gusta llamar "estomago de acero", el corredor que había elegido, estaba cercado por una serie de puestos de comida- que mi padre suele llamar "de entrada por salida"-. La serie de olores que ahí hay increíblemente son agradables y el ver a toda la gente desayunando un tamal, o un taco de carnitas, de manera tan gustosa, tienta a querer probar alguno de aquellos manjares. Claro que todo manjar en ese sitio, puede traer severas consecuencias sino se tiene un estomago lo suficientemente resistente, de ahí la descripción de mi padre "comida de entrada por salida".
   Cuando por fin logre pasar ese corredor llegué al tramo de las subidas y bajadas de escaleras. Todo para llegar al andén. Aunque aveces en ese proceso se encuentra una etapa intermedia a la que he denominado: "el corral", sé que puede sonar algo despectivo, pero adquiere sentido cuando se piensa fríamente. Verán, antes de llegar a los torniquetes de acceso a los andenes, suele haber unas puertas, que suelen cerrarse cuando la gente en los andenes es mucha y no vuelven a abrirse hasta que éstos se vacían lo suficiente como para dejar accesar a la siguiente ola de gente que llenará los andenes. Le he llamado la fase "corral" por que cuando uno esta esperando a que aquellas puertas negras caladas se abran, la gente se acumula e intenta llegar lo más cerca que puede de aquel acceso, y cuando al fin se abre el policía que vigila la entrada la empuja con toda la fuerza que puede para no tener que arriesgarse a ser aplastado por el rebaño de gente que corre apresurada a los torniquetes, éstos a pesar de que aveces actúan como un embudo no dan más que unos cuantos segundos de ventaja para el que logro pasar primero, antes de que el gentío se aglomeré en  el anden.
   Ese ultimo sitio era el inicio del apretujadero, o como una vez una amiga me dijo "el temazcal colectivo, con masaje reductivo". El ritual era simple, intentar entrar al vagón entera, ocupar un lugar estrategico para no morir aplastada a lo largo del recorrido, y si lograba conseguir un asiento sería vista con envidia por el resto de las personas en el vagón.
   Me coloque a la orilla del andén procurando no rebasar la línea amarilla, esa sólo se rebasaba cuando se estacionaba el tren, o si tenías instinto suicida.
   El bólido naranja llegó a toda velocidad, velocidad que apostaba no mantendría durante el recorrido, pero por suerte no había tardado mucho. Cuando miré a mi alrededor de un momento a otro me vi rodeada de un montón de mujeres, sabía lo que resultaría de ese amontonamiento.
  Por suerte, la puerta doble del vagón quedó frente a mí y de eso me dí cuenta porque en cuanto el vagón se detuvo a fuerza de empujones me estamparon contra el vidrio de ésta. Aún no habían abierto las puertas y ya había manos frente a mí intentando abrirlas, cosa que al parecer lograron, por suerte me vi ágil y logré colarme cuando abrieron la puerta lo suficiente como para entrar sin problema, alcanzando a sentare.
   El recorrido era largo, pero si se prestaba la suficiente atención a los detalles podría ser sumamente entretenido. Al menos cuando tenías el privilegió de ir sentado. Cada estación tiene su propia personalidad, por ejemplo, los trasbordos son oleadas de gente que entran y salen, y cuando crees que en el vagón no cabe un alma más, la anatomía de los ahí presentes se comprime a niveles extraordinarios, en un espacio donde bien caben 20 personas con poco espacio vital, logran meterse cerca de 50, claro que ahí pierdes el pudor y terminas más manoseada que una fruta en un tianguis.
  Lo más increíble es cuando se suben los vendedores, su razgo característico principal, es su tono de voz, todos ocupan el mismo tono chillante y nasal que aunque traigas los audifonos a un alto volumen te es imposible no oírlos. Lo más curioso y en ocasiones desconcertarte es la variedad de objetos que ofrecen, los clásicos discos de cualquier genero musical habido y por haber, de chorrocientos éxitos.
   Tambien ofrecen botanas para los viajes largos; y no podía dejar de mencionar la diversidad de objetos de "novedad" - yo los llamaría más de ingenio- que ofrecen, desde la bolsita porta celular ajustable mara muñeca o tobillo; las plumas de gel y marcadores, hasta cosas no tanto de novedad, pero si de curiosidad, como los curitas; las gomitas identificadoras de llaves; los porta credenciales; los libros de auto ayuda, los audifonos con entrada universal, los cubiertos para bebé; etc. E incluso articulos de belleza e higiene personal, como cepillo y pasta dental pequñitos; crema corporal; limas de uñas; pañuelos desechables; etc.
  Lo maravillosos de este sistema de comercio, es el costo de los objetos, no son caros, no exeden de los 20 pesos, lo cual hace que sea muy tentador comprar cualquier objeto, y llegar con algún recuerdito de aquel lugar, que si bien no es nuestro lugar favorito, al menos pasamos buen tiempo ahí.
  Lo increible es la cantidad de historias que ahí se desarrollan y que no dejan de sorprendernos, en esta jungla de concreto. Muchos de nosotros nos sabemos casos extraordinarios porque no los han contado personas que lo han vivido o que se los han contado otros, son como leyendas urbanas, que no sabes que tanto es real o que tanto es producto de un realismo magico colectivo. Lo cierto es que hasta en nuestra rutina más monotona siempre podemos contar con que ese realismo magico nos invada de sorpresa.

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