
Al abrir un libro nos encontramos con una historia que quiere ser
conocida y que espera dejar algo en nosotros, claro depende cuanto seamos
capaces de abrirnos ante lo que leemos.

Al entrar a la preparatoria las cosas no fueron muy distintas, de mi
grupo de amigos era quien más leía por gusto, y mi lugar favorito era la biblioteca, pasaba
tanto tiempo ahí que llegue a ser la chica que hablaba con los bibliotecarios
tanto como si hablara con profesores. El lugar donde actualmente estoy
estudiando no está muy alejado de aquel lugar en el que sí me perdía por horas
y mis amigos sabían en donde buscarme y seguro me encontrarían.
Analizando mi librofilia, que durante mi vida he descubierto que es poco
normal no sólo entre mis amigos, sino a nivel nacional, me considero una excepción
a la regla. A continuación explicaré porque.
Hace no mucho leí en un periódico que los mexicanos en general no leen
más que 2.8 libros al año, esa cifra me pareció alarmante y más alarmante los artículos
que leí después respecto al tema, donde se leía entre líneas la decepción de qué
la gente en el país leyese tan poco y que no leyeran títulos de peso o de los
considerados “cultos”, sino que se limitaban a leer textos como: El libro
vaquero, o de esos de editoriales pobres que venden cualquier cosa sobre
fantasmas, leyendas o reflexiones que hacen llorar hasta al más sensible e
ingenuo.
Analizando el panorama en el que al mexicano se le relaciona con los
libros, puede ser una de las explicaciones respecto a la alarmante cifra de 2.8
libros por año que lee el mexicano. Por qué, simple desde la educación básica
no nos acercan a los libros con algún incentivo más que la obligación, y si
algo es bien conocido de la naturaleza del mexicano es su poca motivación ante las
cosas que tiene que hacer por obligación.
Los programas nacionales de fomento a la lectura se han reducido a
regalar libros a los niños, mismos que jamás leen, y quedan arrumbados en la
casa o terminan siendo vendidos junto con el periódico, o son vendidos por 10
pesos en el metro. Aunado a esto las bibliotecas públicas son escasas y la difusión
de su existencia es casi nula, ejemplo de esto puedo mencionar la biblioteca
cerca de mi casa que hasta hace 2 años me entere que existía desde hace 6, y
las librerías no son muy amigas de los mexicanos que prefieren pagar cerca de
200 pesos al mes en televisión de paga para poder ver sus novelas en HD, que
invertir la misma cantidad en un buen libro, o mejor si saben buscar en librerías
de viejo hasta 3 libros que pueden ofrecerles tramas menos “choteadas” que los
refritos de telenovelas de los 70´s.
El común de los mexicanos no termina por entender que la mejor arma para
evitar la manipulación política y social es abrir la mente a un buen libro. No
importa si es una novela de un amor imposible, o un libro de análisis político
o histórico, lo que realmente le da valor a una lectura es cuando te empiezas a
preguntar el porqué de las cosas y tomas ejemplo de lo que pasa cuando se actúa
de cierta manera o se implementa cierta medida. Cuando empiezas a ver que la
historia futurista donde a los humanos ya no poseían emociones y lo que más
disfrutaban era de los avances tecnológicos y de las creaciones científica, que
no hay más enfermedades ni hambre, porque todo es sintético y ya no hay
naturaleza y la que sobrevivió al cataclismo se encuentra detrás de los muros
de la ciudad donde viven los protagonistas de la historia, cuando vas más allá
de la lectura y eres capaz de relacionarla con lo que está pasando en la
realidad y te percatas que no esta tan alejada esa historia de la época donde
vivimos, probablemente nazca en ti evitar que esa historia de ciencia ficción
traspase las páginas del libro y se vuelva realidad. Ahí es cuando la lectura
se vuelve valiosa.
Sin embargo no nos enseñan en la
escuela y en la casa menos, a leer y preguntarnos cosas, es más algunos están acostumbrados
a leer para arrullarse, o sólo en caso de tener que hacerlo para algún trabajo
escolar, se desprecia la lectura de libros, pero se aplaude la lectura de
revistas de variedad y espectáculos, que no nos ofrecen nada más que un deguste
visual que dura poco.
La solución no es tan sencilla como el regalar libros a diestra y
siniestra a los niños que nunca los van a abrir, sino que hay que educar para
formar lectores por placer, no por obligación, el incentivar la imaginación con
algo que desperté el interés, que se relacione con el ambiente en el que se
vive, con la situación emocional en la que se encuentre el futuro lector.
Motivar y no obligar he ahí la calve de solucionar este problema social.
Las mejores historias son
relatadas por tradición oral, pero no hay nada mejor que enterarse uno mismo de
cómo fueron escritas en un principio.