sábado, 13 de septiembre de 2014

AMOR DEL BUENO

El sol apenas se asomaba por entre las cortinas de encaje blanco, ella ya estaba despierta desde mucho antes que el sol comenzara a clarear aquella grisácea noche. Cada día le costaba moverse libremente, había mañanas en las que sus piernas entumecidas se negaban a levantarla de la cama. Por suerte hoy no era uno de esos días.
                Se levanto de la cama y se dirigió a la ducha. Mientras el agua tibia se deslizaba por su piel curtida por los años, no pudo evitar derramar un par de lágrimas que fácilmente se fundieron con el líquido vital.  Mientras se cepillaba el cabello frente al espejo se dio cuenta de que no había parado de llorar, sus lágrimas caían como perlas por sus mejillas y mojabas sus marchitos labios, su mirada acuosa tenía un dejo de solemnidad muy acorde a la fecha que conmemoraba ese día.
                Saco de su armario una caja de regalo color rojo con moño dorado, la caja esta arrugada y desteñida por el paso del tiempo, pero lo importante era que el contenido se mantuviera intacto. De aquel lugar saco un vestido azul marino de seda, no pudo evitar acariciar la tela y dejarse envolver con el recuerdo que le producía aquella suave textura. Era increíble como un trozo de tela podría hacer que llegaran a su mente tantos recuerdos como flashazos. Montones de sensaciones, aquel vals bajo la lluvia; el primer beso bajo aquel sauce llorón; sus trayectos durante el crepúsculo en aquel autobús número 28;  las caminatas por la alameda tomada de su cálida mano; aquel abrazo en el andén del tren.
                Con aquel vestido azul recorrió esas calles que ya hace tanto tiempo andaba en solitario, en ocasiones cuando el viento soplaba podía sentir como su mano era entrelazada como hace tanto tiempo antes por aquel a quien tanto anhelaba al llegar la tarde. No podía evitar tener sentimientos encontrados, el vacio en su pecho no se iba, pero la esperanza tampoco. Soñaba con el día en que pudiese volver a ver esos ojos marrones juguetones, y sentir como esa sonrisa traviesa que él le dedicaba le calentara el corazón.
                Llegó a su destino. Procuraba que aquel sitio siempre se distinguiera de las otros, tal y como ella siempre lo considero diferente. No quería que se viera ese lugar olvidado, porque ella no lo olvidaba. No podía borrar de su mente toda una vida junto a él, apreciaba cada momento con él, las risas, las aventuras, los sueños realizados, incluso las pelas de las que aprendían ambos más el uno del otro.
                Ahora él estaba en un lugar al que ella no podía ingresar, al menos no ahora. Aún no era su tiempo.  Ella se hincó de frente a él. Beso un clavel rojo, tal como los que él le regalaba, y lo coloco sobre la lapida blanca. “Feliz aniversario amor mío” dijó en un susurro que se llevo el viento.

               

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