Disclaimer: El siguiente escrito es un fragmento de un capitulo de una novela romántica que no más no acabo de escribir. Espero os guste, espero sus comentarios en mi Twitter @hada_24
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Me levante
temprano como siempre y fui a la editorial a trabajar. El día transcurrió con normalidad.
El clima era nublado, lo que no fue muy bueno justo porque cuando salí de la
oficina rumbo a la parada del metrobus, comenzó a llover, así que presurosa corrí
a refugiarme bajo el techo de un restaurante cercano.
Entonces fue
cuando lo vi. Vestía un traje sastre azul marino, con camisa blanca y corbata
negra, me costaba un poco reconocerlo ahora. Su rostro no era el mismo que
recordaba, su semblante era completamente diferente, el cabello lo tenía un
poco más largo y peinado hacia atrás con gel, se había dejado la barba un poco
crecida, y esos hermosos ojos verdes que una vez llegaron a hipnotizarme lucían
opacos, sin vida. No podía negarlo, me partía el corazón verlo así, intentaba
contener el impulso de ir a su encuentro para abrazarlo y decirle que todo
estaría bien, pero sabía que eso no nos llevaría a nada bueno.
Me escondí detrás
de una multitud, intentando que no me viera. Pero entre ese gentío que se
refugiaba de la lluvia, hubo una mano que se aprovecho de la situación para
pellizcarme el trasero en un acto obsceno. Yo no me quedé callada y olvidando
que tenía que estar de incognito arme un escándalo.
— ¡Quíteme las
manos de encima, viejo asqueroso!
Grité, mientras le
propiciaba un buen puñetazo en la cara a un señor de unos 40 y pico. Todos
alrededor voltearon a ver el espectáculo que estaba dando, incluido él. Quien
de un par de zancadas llegó hasta donde estaba y después de propiciarle otro
puñetazo al hombre, me tomo de la muñeca para llevarme frente a un lujoso
convertible negro. Me abrió la puerta para subirme al auto, no lo pensé dos
veces, él cerró la puerta tras mío y se apresuro a abordar el auto.
Durante el
trayecto no dijo nada, su mirada estaba fija en el camino, dos veces entre
abrió los labios como para decir algo, pero al final terminó desistiendo. El
silencio entre ambos parecía eterno y tensaba el ambiente. Pero alguno de los
dos tenía que romper el hielo y para no perder la costumbre, tendría que ser
yo.
—Gracias por
sacarme de ahí. Le dije casi en un susurro.
—Hmp…
Carraspeo la garganta, al parecer eso no había cambiado en él.
— Me podrías dejar en la parada del metrobus que sigue, por favor. Tenía
que bajar del auto cuanto antes, no quería que se repitiera lo de aquella noche.
—Cómo quieras. Su voz sonó fría y cortante, un nudo en mi garganta se
hizo presente. No podía creer que después de tanto tiempo aún me afectara.
Detuvo el auto junto a la banqueta para que pudiera cruzar hacia el
paradero. Abrí la puerta, continuaba lloviendo, puse un pie en el suelo
encharcado y me quedé con el brazo extendido, dudando si bajar o no. Después de
unos minutos de silencio, tomé mi decisión. Metí mi pie de regreso al auto y
cerré de un portazo, ante la mirada sorprendida de Mateo.
—Hay que arreglar esto de una vez por todas. Le dije en el tono más
serio que pude, mientras lo miraba fijamente a los ojos.
Él no hizo más que bajar la mirada y masajearse las sienes, para después
de mover la cabeza de un lado a otro a modo de desaprobación.
—De acuerdo, pero aquí no. Dijo al fin, con resignación.
Puso nuevamente el auto en marcha y el silencio incomodo regreso. Manejo
atreves de la ciudad, hasta llegar a un alto edificio de lujosos departamentos e
ingreso al estacionamiento de éste. Una vez aparcado el auto, bajó y se
apresuro a salir para abrirme la puerta. El corazón me latía con fuerza, y mis
manos comenzaron a sudar.
—Vamos. Me dijo extendiéndome la mano, acto que rechacé y salí del auto
por mi cuenta.
Me paré junto a la puerta, que él cerró azotándola y crucé los brazos.
—De verdad que lo siento, yo no quería causarte problemas— Me dijo con
voz fría, sin voltear a verme, su mano estaba sobre el toldo y la mirada fija
en el reflejo de su rostro sobre el auto.
—Oye, sé que no querías pero lo hiciste y no puedes pretender que yo te
vea y haga como si nada hubiese pasado. Le dije furiosa.
—Es una tortura, ¿sabes?— no conteste—
siempre he intentado no lastimarte con mis problemas y mis acciones,
pero siempre algo me sale mal. Su voz se quebró y mi corazón se encogió.
—No me creas una inocente palomita— le dije un dejo de sarcasmo
intentando tragarme el nudo de la garganta.
—Hmp…— Carraspeó la garganta intentando aclarar su voz— Creo que ese
siempre ha sido mi problema, te he subestimado demasiado.
—Ese ha sido uno de nuestros problemas, la verdad es que nunca hemos
sabido comunicarnos.
—Hmp… ¿es por qué nunca te conté nada al respecto?
—No eres el único culpable, yo tampoco te conté muchas cosas.
—No trates de hacerme sentir mejor—
Volteó para mirarme a los ojos, puso una mano sobre mi brazo y otra
sosteniendo mi barbilla, impidiendo así que bajará la vista.— Tus secretos son
comprensibles, los míos son imperdonables, entiendo que te comportes así con
migo, pero aún así no te niego que me duele.
— ¿Y crees que yo no sufro al verte así? Te estás dejando caer al vacío
y no sé cómo ayudarte. Ya no eres tú.
Terminé la oración en casi un susurró, él me soltó y no pudo sostenerme
la mirada, de repente soltó un gran puñetazo al toldo del auto. Salte por la
impresión y me sequé las lágrimas antes de acercarme. Le tomé por el hombro y
lo volteé para que me viera de frente, no dejé que dijera palabra y lo abracé.
Él me estrecho con fuerza hundiendo su cabeza en el hueco entre mi cabeza y mi
hombro, comenzando a llorar, lo que me rompió el corazón aún más.
No puede hacer más que acariciarle el cabello con ternura, hasta que se
calmó. Nunca me hubiese podido imaginar que él me llegase a parecer en algún
momento frágil, como ahora, la imagen que tenía de él era la de un hombre
fuerte y serio.
Cuando dejó de llorar, lo separé un poco de mí y enjuague sus lagrimas,
tal como lo había hecho alguna vez él las mías, le besé las mejillas con
dulzura, empezando desde el pómulo hasta llegar a la comisura de sus labios,
donde no resistí la tentación por mucho tiempo y le deposite un casto beso en
los labios. Él no perdió la oportunidad y convirtió mi tierno beso en algo
salvaje, y desesperado.
Sus labios presionaban los míos con deseo, me tomó de la cintura pegando
su cuerpo con el mío, yo lejos de rechazarlo, no me resistí y me deje llevar,
ignorando a una vocecilla en mi cabeza que me decía que tenía que alejarme de
él, que esto terminaría mal. Por una vez en mi vida, estaba convencida que el
portarme mal estaría bien.
Me empujó con delicadeza, pegando mi espalda al costado del auto sin
dejar de besarme. Comenzó a recorrer con sus manos mi cuerpo, provocando
pequeñas descargas en mí piel con cada roce, que me estremecían haciéndome
desear más de él. Cuando de pronto él frenó sus caricias y se separó de mí,
para mirarme con duda en su mirada, pero antes que pudiera preguntar algo,
volví a besarlo.
Él por un momento se quedó sin responder mi beso, pero al final mi
perseverancia resulto y terminó por ceder.
—Ven. Me dijo susurrando en mi oído, para después tomarme de la mano y
llevarme al fondo del estacionamiento, donde había un elevador.
Presiono el botón que abriría las
puertas y sin dejar de besarme me empujo para abordar el elevador, hasta
arrinconarme, mi necesidad de él aumentaba con cada roce de sus manos y sus labios en
mi piel.
Cuando las puertas del elevador se volvieron a abrir me condujo hacía el
recibidor de un departamento oscuro. Él conocía muy bien el lugar ya que me
guió con delicadeza hasta, lo que después descubrí, era su habitación. A cada
paso que dábamos rumbo a su cama, perdíamos una prenda en el camino.
Cada roce de sus manos,
cada beso que me robaba entre gemidos eran como fuego liquido que inyectaba por
mis venas, recorriendo mi cuerpo provocando olas de placer. Pronto llegamos al
clímax fundiéndonos en un ser que compartía la misma gloria, por breves
segundos.
Me despertó la luz del sol cuando me revolví entre las sabanas de
aquella enorme cama. Lo que me hizo incorporarme de golpe fue el encontrarme
sola en ella, suspiré hondamente y pase una mano por mi frente hacia atrás de
mi cabeza, en un acto de intentar hacer memoria de lo que había pasado la noche
anterior. Una sonrisa se
dibujo en mi rostro, me sentía bien, feliz. De hecho demasiado feliz y eso
comenzaba a asustarme.