martes, 2 de julio de 2013

UNA TARDE DE LLUVIA


Llovía a cantaros y me fui a refugiar al Tórtola, un local al que ya se me había hecho costumbre ir por las tardes después de clases, para tomar un café y hacer las lecturas de la semana.

   Éste sitio me parecía bastante seguido más relajante que la biblioteca. El olor que despedían el café y el pan recién horneado envolvían el local relajándome, además los murmullos del gentío callaban mi mente. Lo contrario a la biblioteca de la universidad, que con su enfermizo silencio le dejaba a mi mente bastante espacio para hablar con migo y eso no era algo que me gustara hacer muy seguido desde hacía ya algún tiempo. Era bastante irónico el caso, antes ese era mi lugar preferido en el mundo y ahora le rehuía lo más que podía. Pero lo único que no cambiaba era mi amor por la lectura. Ese amor me había llevado a estudiar letras hispánicas en la facultad de filosofía y letras en la UNAM, al sur de la ciudad.

   Entre al local cerrando mi paraguas, tomé asiento en una de las mesitas que daba a un ventanal con vista a la avenida. Comencé a hojear el menú, que ya casi había memorizado por completo, estaba a la espera de que alguna mesera  llegará a tomar mi orden, cuando escuche una voz muy familiar que hizo mi corazón se detuviera por un instante.

   -¿Disculpe señorita, puedo tomar su orden?

   -¿Xavier?- al principio no caí en cuenta hasta que lo vi bien-¡¡¡ Xavier que gusto verte!!!

   Y lo abracé en un acto automático

   -¿Que sorpresa encontrarnos así, no? Me dedicó una gran sonrisa.

   -La verdad es que si, yo vengo a este lugar casi a diario y nunca te había visto, ¿cuándo llegaste?, por qué no me avisaste para irnos a dar una vuelta por la ciudad. Mi entusiasmo era notorio en mi tono de voz, y eso pareció alegrarlo.

   -De hecho llegué ayer en la noche y me estoy quedando en el depa que tiene mi tío arriba de la cafetería. No te llamé porque quería sorprenderte, y parece que funcionó.- Me guiño el ojo.- Me alegra que hayas reaccionado tan entusiasmada.

   Le dedique una sonrisa algo nerviosa.

   -¿Tu tío, tiene un depa aquí?

   Pregunté, rompiendo el breve silencio, intentando desviar la conversación

   -Sí, mi tío es el dueño de la cafetería

  -Guau ¿qué pequeño es el mundo, no?

  -Bastante, y ¿cómo has estado?

  -Mejor…- Le dedique una sonrisa, claro que me encontraba mejor ahora, al menos me sentía mejor que hacía un año, y mejor que hacía unos meses.

  Me miró detenidamente, esperando encontrar algo en mi rostro que le permitiera saber si le mentía o era honesta, al final me devolvió la sonrisa.

   Esa tarde me la pase en la barra de aquella cafetería, platicando con Xabi, quien había llegado a mí como una gran luz que iluminó mis días grises a partir de esa tarde lluviosa.

    Para tranquilidad de muchos de mis amigos y familiares en este tiempo no me había convertido en una ermitaña huraña. De vez en cuando socializaba en mi salón de clases, e incluso me llevaba bien con algunos compañeros, pero no había alguien que se ganara lo suficiente mi confianza para pasar a ser considerado un amigo cercano.

   En cambio en muchas ocasiones prefería estar sola con un buen libro. Pero también procuraba mantener la comunicación con mis viejos amigos del bachillerato. A Tamara la veía seguido, estaba estudiando psicología y su facultad estaba a pasos de la mía, así que solíamos reunirnos para comer o para ir al cine o de compras. A veces nos acompañaba su novio Leonardo, quien estudiaba la misma carrera que mi amiga y cuando podía llevaba a algún amigo suyo para que no me sintiera incomoda ante las muestras de cariño que le propiciaba a mi amiga. Sinceramente me daba gusto ver feliz a mi mejor amiga.

   También solía ver a los otros chicos, Martín estudiaba medicina y cuando iba a su facultad íbamos a desayunar juntos para ponernos al día. A Lucas y a José los veía seguido en los pasillos de la facultad, ellos estaban estudiando historia, éste dúo siempre lograba ponerme de buenas, y las platicas con ellos a veces se extendían por horas.

   En fin aunque no los veía tan seguido como quisiera, sabía que mis amigos estaban ahí y no estaba tan sola, aunque a veces me sintiera así.

   El tiempo pasaba tranquilo e incluso a veces un poco monótono, iba de la universidad a mis tareas, que en muchas ocasiones hacía en la cafetería de mi amigo con quien compartía algunas anécdotas, y de ahí a mi departamento; donde en ocasiones me invadía la soledad.

   En estos dos últimos años, había adquirido una forma de vivir en el intento, sí, intentaba superar muchas cosas que me habían pasado pero no lograba llegar a completar la misión.

  Había fantasmas que aún me atormentaban, y que se negaban a irse completamente. Era una herida semi cicatrizada. Y al menos ya no necesitaba medicamentos para alejar a esos fantasmas, ya me era cada vez más sencillo alejarlos por periodos largos. El problema era cuando reaparecían, en ocasiones no podía dormir por días, y cuando eso pasaba terminaba adelantando la tarea para la semana y caminando por la vida como zombi, acompañada de un termo enorme de café.

   Mi salud mental era frágil así que procuraba mantenerla estable por mí misma, no siempre era fácil, pero. ¿Qué más podía hacer?

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