Llovía a cantaros y me fui a refugiar
al Tórtola, un local al que ya se me había hecho costumbre ir por las tardes
después de clases, para tomar un café y hacer las lecturas de la semana.

Entre al local cerrando mi
paraguas, tomé asiento en una de las mesitas que daba a un ventanal con vista a
la avenida. Comencé a hojear el menú, que ya casi había memorizado por
completo, estaba a la espera de que alguna mesera llegará a tomar mi orden, cuando escuche una
voz muy familiar que hizo mi corazón se detuviera por un instante.
-¿Disculpe señorita, puedo tomar su orden?
-¿Xavier?- al principio no caí en cuenta hasta que lo vi bien-¡¡¡ Xavier
que gusto verte!!!
Y lo abracé en un acto automático
-¿Que sorpresa encontrarnos así, no? Me dedicó una gran sonrisa.
-La verdad es que si, yo vengo a este lugar casi a diario y nunca te
había visto, ¿cuándo llegaste?, por qué no me avisaste para irnos a dar una
vuelta por la ciudad. Mi entusiasmo era notorio en mi tono de voz, y eso
pareció alegrarlo.
-De hecho llegué ayer en la noche y me estoy quedando en el depa que
tiene mi tío arriba de la cafetería. No te llamé porque quería sorprenderte, y
parece que funcionó.- Me guiño el ojo.- Me alegra que hayas reaccionado tan
entusiasmada.
Le dedique una sonrisa algo nerviosa.
-¿Tu tío, tiene un depa aquí?
Pregunté, rompiendo el breve silencio, intentando desviar la
conversación
-Sí, mi tío es el dueño de la cafetería
-Guau ¿qué pequeño es el mundo, no?
-Bastante, y ¿cómo has estado?
-Mejor…- Le dedique una sonrisa, claro que me encontraba mejor ahora, al
menos me sentía mejor que hacía un año, y mejor que hacía unos meses.
Me miró detenidamente, esperando encontrar algo en mi rostro que le
permitiera saber si le mentía o era honesta, al final me devolvió la sonrisa.
Esa tarde me la pase en la barra de aquella cafetería, platicando con
Xabi, quien había llegado a mí como una gran luz que iluminó mis días grises a
partir de esa tarde lluviosa.
Para tranquilidad de muchos de mis amigos y familiares en este tiempo no
me había convertido en una ermitaña huraña. De vez en cuando socializaba en mi salón
de clases, e incluso me llevaba bien con algunos compañeros, pero no había
alguien que se ganara lo suficiente mi confianza para pasar a ser considerado un
amigo cercano.
En cambio en muchas ocasiones prefería estar sola con un buen libro.
Pero también procuraba mantener la comunicación con mis viejos amigos del
bachillerato. A Tamara la veía seguido, estaba estudiando psicología y su
facultad estaba a pasos de la mía, así que solíamos reunirnos para comer o para
ir al cine o de compras. A veces nos acompañaba su novio Leonardo, quien
estudiaba la misma carrera que mi amiga y cuando podía llevaba a algún amigo
suyo para que no me sintiera incomoda ante las muestras de cariño que le
propiciaba a mi amiga. Sinceramente me daba gusto ver feliz a mi mejor amiga.
También solía ver a los otros chicos, Martín estudiaba medicina y cuando
iba a su facultad íbamos a desayunar juntos para ponernos al día. A Lucas y a
José los veía seguido en los pasillos de la facultad, ellos estaban estudiando
historia, éste dúo siempre lograba ponerme de buenas, y las platicas con ellos
a veces se extendían por horas.
En fin aunque no los veía tan seguido como quisiera, sabía que mis
amigos estaban ahí y no estaba tan sola, aunque a veces me sintiera así.
El tiempo pasaba tranquilo e incluso a veces un poco monótono, iba de la
universidad a mis tareas, que en muchas ocasiones hacía en la cafetería de mi
amigo con quien compartía algunas anécdotas, y de ahí a mi departamento; donde en
ocasiones me invadía la soledad.
En estos dos últimos años, había adquirido una forma de vivir en el
intento, sí, intentaba superar muchas cosas que me habían pasado pero no
lograba llegar a completar la misión.
Había fantasmas que aún me atormentaban, y que se negaban a irse completamente.
Era una herida semi cicatrizada. Y al menos ya no necesitaba medicamentos para
alejar a esos fantasmas, ya me era cada vez más sencillo alejarlos por periodos
largos. El problema era cuando reaparecían, en ocasiones no podía dormir por
días, y cuando eso pasaba terminaba adelantando la tarea para la semana y
caminando por la vida como zombi, acompañada de un termo enorme de café.
Mi salud mental era frágil así que procuraba mantenerla estable por mí
misma, no siempre era fácil, pero. ¿Qué más podía hacer?
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