lunes, 30 de noviembre de 2020

HISTORIA DE UNA APOCALIPSIS FALLIDO PART. 1

Desde que tengo memoria me ha gustado ver películas apocalípticas, de esas dónde el mundo se acaba por algún desastre natural, apocalipsis zombi, invasión de extraterrestres, seres de otra dimensión, o cuanta cosa se le ocurra a los guionistas del cine inventar o refritear. Sin embargo, nunca me imagine vivir un apocalipsis.

   En diciembre del 2019 se difundió la noticia que había un virus nuevo en la provincia de Wuhan en China, sin embargo las noticias sólo contaban que no era tan grave, al menos eso pensamos y durante mucho tiempo eso quisimos seguir pensando...

    El 2020 inicio con la promesa de ser un año de juegos olímpicos, aniversarios de varios eventos históricos y en lo personal, el año que por fin me titularía. 

    Pero todo empezó a cambiar a un ritmo extraño y cuando menos lo esperábamos, ya nos habíamos vistos obligados a pasar 9 MESES ENCERRADOS, con miedo de salir y contagiarnos de ese virus que hacía que la gente terminará hospitalizada, con respirador y que en muchos casos terminaba complicándose hasta la muerte.

    Así esta pequeña serie de notas, son sobre eso, cómo es que he pasado estos meses, intentando tomármelo con humor, y criticando un poquito cómo es que esto ha cambiado la idea de lo que para nosotros era normal. Cómo ha cambiado la forma en que se dan clases, la manera en la que se va a las compras de víveres, el síndrome de la cabaña, el amor de lejos y haber que tantas cosas más se me ocurren.

    Esta vez les contaré un poco sobre las clases en línea y el ser un maestro "moderno"

    La primera parte de la cuarentena era una especie de: "quédate en casa para que no te contagies, pronto podremos regresar a la normalidad". El primer mes fue de enterarse de cada cosa nueva que se sabía del nuevo virus, de como se contagiaba, que medidas se podían tomar, de aprender a lavarse las manos, de identificar síntomas, de escuchar como los gobiernos del mundo enfrentaban la crisis y cómo los contagios aumentaban y los médicos sin descanso atendían un montón de casos, ya que los hospitales se empezaban a saturar como nunca antes.

    Se escuchaban de gente que hacía home office, de otros más que sin la misma suerte habían sido despedidos, negocios que habían cerrado y rogaban por que esto pasará pronto para poder volver a abrir. 

    El mundo cambio en pocas semanas, el miedo de no saber que hacer, de escuchar a alguien toser y sentir un escalofrió, rogando no contagiarse de nada. 

    A mi esta pandemia medio apocalíptica me toco en un momento raro de mi vida, era la primera vez en la que yo daba clases como profesor titular, acababa de terminar la primera evaluación y tras un bajón de defensas post entrega de calificaciones, me enferme de gripe. Han de saber que cuando me da gripe de unos dos años para acá se me complica, paso de la clásica moquera a nariz totalmente tapada, de una tos a no tener voz, de cuerpo cortado a no poder ni levantarme.

    Así que imagínense mi reacción cuando empezó esto del COVID, que en pocas palabras es una enfermedad respiratoria crónica con tendencias a lo mortal. Por suerte no fue COVID, sólo fue una gripe de la que salí en unas dos semanas. 

    En esas dos semanas se dividieron en intentar que los niños mantuvieran la calma ante la crisis mundial  y tomar capacitación para ingresar en eso de dar clases a distancia con classroom y zoom, plataformas que ni sabían que existían. Mientras intentaba que no me mandarán a internar por sospecha de la nueva enfermedad. Al final de esos días despedí a mis alumnos con lo que se manejo como una suspensión de clases temporal, ¿Quién iba a imaginar que a varios sería la ultima vez que los viera en persona?

    Y lo que empezó como clases temporales, se convirtió en un fin de ciclo escolar a distancia, dónde las fallas tecnológicas eran el pan de cada día, el mal internet, los trabajos que había que adaptar para que los alumnos los hicieran desde casa, buscar mil y un recursos para hacer las clases dinámicas y que no se aburrieran en un horario exhaustivo dónde tanto alumnos cómo profesores nos la pasábamos un montón de tiempo frente a la pantalla. 

    Mi vista, mi espalda, mi psique y mi familia resintieron y resistieron que llevará el salón de clases a un pequeño espacio que adapte para ello. El dar clases desde casa a casa de mis alumnos me trajo muchas anécdotas, desde una lavadora desbordada porque lavaba ropa mientras daba clase, hasta una madre que frustrada me grito por zoom.   

    Las semanas transcurrieron y las cosas se tornaron oscuras, los alumnos se volvieron apáticos, no sólo no entregaban actividades, sino que no interactuaban, más de una vez me sentía como en sesión espiritista: ¿hay alguien ahí?, ¿me escuchan?, sino pueden prender micrófono participen en el chat... 

    Ya estábamos llegando a la desesperación cuando de la noche a la mañana nos dijeron que había que evaluarlos y cerraríamos el ciclo escolar antes de tiempo, lo que se convirtió en actividades atrasadas enviadas de manera descomunal, mensajes de wassapp que no dejaban de llegar, jugarle al adivino. No fue sano ni para ellos, ni para mi.

    Claro, no todo estuvo tan mal, hubo muchos actos de solidaridad por parte de los alumnos y padres, que en ocasiones hasta llegaron a tomar mis clases para aprender cosas, mensajes lindos del día del maestro, chistes y ocurrencias que alegraban mi día. Hasta cierto punto fueron mi ancla emocional durante la primer parte de la cuarentena/ confinamiento/ quédate en casa.

    Termino el ciclo, y los cursos ocuparon el lugar de las clases, montón de conferencias y tutoriales de como usar herramientas digitales en pos de la educación de calidad, pero al final, sólo eran ideas que sonaban muy bien en teoría, pero que la practica se hacía compleja, más de lo que debiera.

    Esto de la educación a veces es muy complejo y muchas veces poco estimado, creo que hasta que no estas cerca de un docente no te imaginas todo lo que hacen para preparar clase, evaluar y sobre todo llega un punto en dónde tu corazón se agranda y esas pequeñas personas que entran a tu clase, no sólo entran a un salón, sino que se vuelven parte de tu vida.

    Y así, esos primeros quince días se transformaron en meses rápidamente, yo me quede sin horas clase, y entonces me tuve que adaptar a otro tipo de cuarentena, dónde tenía un tiempo libre que nunca había tenido.

    
Y eso, eso es otra historia, que después les contaré.

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2 comentarios:

  1. Es muy lamentable y hasta a veces desalentador lo que pasa hoy en día y es cuanto menos curioso que con tantas posibilidades de apocalipsis nos toco uno en el que hay que estar en casa sin poder hacer mucho, más que aguantar :c

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    1. Cierto! No hay más esperar y aprender a vivir con nosotros mismos.

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