La semana pasada creo la nota fue muy ácida, pero es lo que ocasionan mis vecinos con sus sonidos y karaoke mal afinado a las 2 de la mañana.
Pero esta semana ando de un humor más afable, y les debo un tema más ligero, así que es momento de story time, ¿sobre qué? sobre cuando trabaje en una librería.
Mi primer trabajo con seguro social, fue trabajar para una gran cadena de librerías, iba sólo los fines de semana y la librería en la que me toco trabajar esta en una gran plaza junto a un Chilli´s.
El trabajo sonaba simple, pasar todo el día entre libros ofreciéndolos a los potenciales clientes/lectores que llegarán, pero no contaba que pasaría de 10 de la mañana a 9 de la noche de pie en un espacio de menos de 10 metros cuadrados con seis personas más, ¿alguien dijo síndrome de la cabaña?.
Mis primeros tres días con tantas horas de pie, fueron para mí lo peor, llegaba con los pies tan hinchados que parecían tamales zacahuil, buscaba la manera de entrar a la bodega a sentarme un poco y hacer estiramientos para que no me matará el dolor de pies. De verdad pensé que no lo lograría. Pero sorprendentemente dure medio año así. Claro, probé bastantes remedios para aliviar mis piernas cansadas, cremas especiales, ejercicios para la circulación, fomentos de agua fría, masajes, mi respeto para quienes llevan años en trabajos que les exijan estar de pie, aunque la evolución diga que debemos andar erguidos, es horrible estar todo el día así. En los meses que estuve ahí pasaron un montón de cosas, por espacio les contaré sólo un par, si este blog tiene varias visitas les hago la segunda parte.
¿Recuerdan que al inicio les comente que la librería estaba junto a un restaurante Chilli´s? Eso es relevante porque eran unos vecinos muy particulares, no sólo compartía el mismo conjunto de uniforme que los meseros, sino que la librería al menos tres o cuatro veces al día se impregnaba del olor a pollo frito, lo cuál era horrible si tenías hambre o peor cómo en mi caso que me da asco el olor a pollo frito. Recuerdo una vez que les hicimos el favor de cambiarles una cantidad fuerte de efectivo por denominaciones más bajas y nos devolvieron el favor con un enorme platón de papas fritas.
En cuanto al ambiente laboral, bueno, hay mucha tela de la cuál cortar, si bien hice amistades que aún conservo, no puedo negar que la relación entre los trabajadores de planta era digna de telenovela. Regresar cada fin de semana era cómo ponerse al día de la novela y ver su desarrollo. Desde el clásico jefe que manda al que le cae mal a las tareas más pesadas, hasta el que le esconde la silla a la compañera para que no tenga dónde sentarse a la hora de comer. El más melodramático fue el que recomendó a su esposa a trabajar en la misma sucursal que él sin notificarle a la empresa, y que se escondían para darse sus besos en la plaza y fingían que se conocían porque eran vecinos y por eso llegaban y se iban juntos. Nos dimos cuenta porque las historias de sus hijos eran las mismas.
Tan mala era la vibra que una vez de bodega nos llego un libro para hacer exorcismos que estaba en latín, la única con la capacidad de leer dichos encantamientos era una compañerita que estaba estudiando letras clásicas. Dicho libro fue leído por ella, per nunca lo pudimos vender, hasta la fecha sigue en una de las repisas más altas, junto a los libros esotéricos y barajas de tarot.
En 10 mts cuadrados pueden pasar muchas historias.
Y no les he contado nada del tema clientes, (eso será para una segunda parte), les adelanto que trabajando ahí descubrí que para todo libro hay un lector, así cómo hay lectores que nacen a raíz de un libro.
¿A qué me refiero? A qué había libros que luego me hacían pensar, ¿Quién carajos comprará este libro llamado Cerebro de pan, que habla sobre lo malos que son los carbohidratos para el cerebro? Y pum, era de los libros que más se vendía el fin de semana.
También no faltaba la persona que entraba a curiosear y después de una breve charla sobre sus gustos en lectura salía con un libro nuevo o iniciaba una nueva etapa en su vida lectora, así vi dar el paso a varios, desde el adolescente que leía El diario de Greg y le recomendé el juego de Ender o la saga de Percy Jackson; hasta la señora mayor que leía 50 sombras de Grey y termino en el camino de Flores en el ático.
Ahí también descubrí la importancia de recomendar un libro, un libro puede cambiar una vida, suena muy dramático pero es cierto.
De momento dejaré este story time hasta aquí, ya en una segunda parte les cuento las anécdotas de clientes raros, desde los que se quedan después del cierre, hasta los compradores encubiertos, sin olvidarme de contarles del Focol.
La semana que viene es mi cumpleaños, así que no olviden seguirme en Twitter para que les cuente primero cómo me fue en estos festejos virtuales.